Nueva York despedida

Zascandileando de nuevo la ciudad. No solo no duerme, tampoco se acaba nunca, Manhattan, Queens, el Bronx, Staten Island, Brooklyn, cinco dedos para una mano gigante, no da tiempo de enlazar nuestros dedos con los suyos, no da tiempo ni siquiera a chocar nuestras manos.

Nos quedan tardes libres para despedirnos, para disfrutar de cualquiera de los innumerables rincones de la isla de Manhattan, para sobrevolarla o cruzar en el Ferry gratuito a Staten Island, solo por acercarnos un poco a la estatua de la libertad o simplemente ver alejarse el skyline del sur de la isla; o tomar una copa al otro lado del río en el Empire Outlet, desde donde hay unas vistas fabulosas. 
Pero no, no hay tiempo de todo, si acaso acercarse al barrio chino, al Soho, a lo que queda de Littel Italy, pasear por la Avenida Broadway, asomarse a cualquiera de las miles de tiendas diseminadas por todas partes, tomar una copa en el Rooftop Bar en el 230 Fifth desde donde las vistas del centro de la isla son francamente magníficas, y por supuesto Time Square, centro neurálgico donde cualquier cosa puede ocurrir; influences y youtubers grabando sus momentos, teatros callejeros, flipados perdidos, turistas obnubilados asumiendo la vorágine, el desenfreno de sentimientos, el olor a veces a las planchas de los carritos, a veces a marihuana, a veces a borrachera... y el ruido, ruido entrelazado con otro ruido, con las voces del gentío, motores, anuncios, obreros trabajando, sirenas... No hay frase, ni palabras que puedan envolverlo todo.


Sí tenemos tiempo de subir al icónico Top of the rock, en el Rockefeller Center, una vez ha oscurecido y disfrutar desde su planta 70 la ciudad iluminada, despierta, resurgida entre las sombras, altiva con sus rascacielos estirando el cuello y sus calles adivinadas por el movimiento de diminutas luces de cientos de vehículos. Una estampa curiosa, una estampa que hay que ver.


Como guinda del pastel, para rubricar este fantástico viaje, también nos queda tiempo para cenar en un crucero de tres horas por el río Hudson y volver a admirar el skyline iluminado de Nueva York, música en vivo y terrazas para observar, ahora si, la grandiosidad de la gran manzana, sus perfiles bien recortados contra la oscuridad del cielo, los puentes que unen la isla con el resto del mundo, la estatua de la libertad y el reflejo luminoso y zigzagueante sobre las aguas del rio, a la vez de una cena exquisita y unas copas de buen vino. ¡Chapó!.


Y con el sabor dulce de la noche, la última mañana nos desperdigamos para perdernos en la gran manzana, ahora sí, a zascandilear, hacer las últimas compras, tomar el último café o el último vino en el Bryant Park, al que llaman el oasis de Midtown. 
Despedirnos, nunca se sabe si hasta cuando o hasta siempre. Algunos nos resistirnos a irnos sin subir a otro de los recientes gigantes de 427 m de altura, el "One Vanderbit" inaugurado en septiembre del 2020, su observatorio Summit ocupa los pisos 90,91 y 92. Estancias interiores envueltas en cristal, ventanales enormes y terrazas desde donde contemplar cualquier lado de Manhattan, el Central Park, los ríos que la abrazan y sus aledaños distritos. Todo un cúmulo de emociones con tiempo para asimilarlas en su cafetería del piso 92, asomados al elegante edificio Chysler, o al Empire State. 


Me quedo con los momentos compartidos de grandes compañeros de viaje. Me quedo con las sensaciones que me ha provocado cada rincón. me quedo con los abrazos sinceros, el buen rollo y el cúmulo de lugares contrastados desde San Francisco a Nueva York. Me quedo con todo lo que luego serán recuerdos... Me quedo con ganas de volver.

Y como en cada viaje con Pedro podría ponerle nota, felicitarlo por la excelente organización, por buscar, encontrar y contratar a los mejores, por tener siempre una sonrisa, por hacérnoslo todo muy fácil. Pero sólo sería mi opinión. Queda en cada uno de los que lo hemos acompañado su propia valoración. Yo sólo puedo decir: ¡Gracias cuñao!😜👍






    








 

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